El martirio y asesinato del padre Iván Betancourt

Esta noticia publicada en el Diario La Tribuna de Honduras, es de importancia para las gentes del SUROESTE Antioqueño, el padre Betancourth era oriundo de Fredonia, Antiqouia. Por lo tanto quiero qeu sea conocida por todos mis paisanos.
El martirio y el asesinato del padre Ivan Betancourt

Anales Históricos5 Julio, 2009
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Juan Ramón Martínez

Hace 34 años, Iván Betancourt, colombiano, sacerdote católico, enamorado de los pobres de Olancho, fue ajusticiado en la finca Los Horcones, propiedad de Manuel Zelaya, padre del actual Presidente de Honduras. Otras trece personas, corrieron igual suerte que el padre Betancourt. Después de muertos por varios disparos, sus cadáveres fueron depositados en un pozo malacate, rellenado y aplanado con tractores, para destruir todas las huellas que condujeran a descubrir los cuerpos inertes y a establecer vinculaciones con los culpables. Mientras la población se preguntaba dónde se encontraban las catorce personas desaparecidas. El mayor Enrique Chinchilla anunciaba, contando con el apoyo de periodistas locales pagados, que estos se habían ido a las montañas en donde supuestamente se habrían organizado en guerrillas para combatir al gobierno dirigido por Juan Alberto Melgar Castro. La investigación efectuada por una Comisión Militar, confirmó que la especie era falsa; y que, más bien las catorce personas desaparecidas, habían sido asesinadas; y que los responsables del crimen eran el mayor Enrique Chinchilla, el sargento Benjamín Plata, el ganadero Manuel Zelaya y el empresario maderero Enrique Barh. Enjuiciados, encarcelados y condenados, fueron objeto de una amnistía gestionada y lograda por los diputados del Congreso Nacional. Posteriormente Chinchilla fue asignado al servicio diplomático en donde representó a Honduras en diferentes países. Actualmente reside en la Costa Norte de Honduras. Benjamín Plata falleció víctima de un atentado. El señor Zelaya murió en su cama, por causas naturales; y sólo sobreviven a aquella masacre, la más horrible de toda la historia de Honduras, el ex mayor Chinchilla y el señor Barh.

Conocí a Iván Betancourt en 1968 en Choluteca. Estaba recién venido de Colombia, de donde había ingresado a misionar en Honduras. Era entonces un diácono que se preparaba para ordenarse sacerdote, cosa que efectuó un poco de tiempo después.

Era un hombre de mediana estatura, pelo desordenado que trataba de mantener disciplinadamente sobre la frente de tez bastante clara, casi blanco en el modelo valorativo hondureño, con una voz sonora y agradable y con una disposición alegre que le hacía un contertulio de primera mano. Contaba chistes, –típicos muchos de ellos de curas–, en donde la burla era contra los sacerdotes y refería anécdotas en donde mostraba cómo de tropezón en tropezón iba tomando conciencia de la dolorosa realidad que los estudios teológicos y la atmósfera falsa del Seminario, había disimulado. No podía entender la desigualdad y la exclusión; y creía que la pobreza era un pecado que había que redimir y cambiar. Cuando le conocí, llegó a Choluteca para conocer la metodología que bajo la dirección del padre Pablo, aplicábamos en la formación de los “animadores sociales”, una suerte de liderazgo de alta participación que surgía desde la base y que animaba la acción colectiva a partir de la realidad asumida como problema. Iván Betancourt se sintió impresionado por la metodología, la estudió críticamente y se regresó a Olancho. Después de ordenado fue párroco en Catacamas. En varias oportunidades que visité esa hermosa ciudad olanchana, en afanes de promoción de las cooperativas de ahorro y crédito, me encontré brevemente con Iván. Conversamos sobre lo que hacía, los problemas que confrontaba y las amenazas que le hacían los terratenientes. Se reía con facilidad de todo e incluso de su muerte. No porque creyera que su fin era volverse santo por medio de una muerte violenta en manos de personas que le rechazaban por su fe, sino –y esto es una especulación personal– porque era una fórmula que él usaba para evitar que el miedo le paralizara y le incapacitara para cumplir su misión.

La última vez que le vi, debió haber sido en 1974. Fue en ocasión de la inauguración de las actividades de las escuelas radiofónicas en Olancho Antonio Casasola, con la mejor buena intención y dentro de un espíritu dialogal que nunca le abandonó, organizó un acto en el centro Santa Clara, que un año después sería la primera estación del calvario que los militares y los ganaderos sometieron a los mártires de Olancho, para acercar a militares, políticos, ganaderos y sacerdotes. Allí, frente al coronel Lisandro Padilla y su plana mayor, Iván hizo el último discurso que le escuché. Empezó sellando la pobreza de la población de Olancho, ponderó la enorme calidad y cantidad de recursos que Dios les había dado a todos, criticó la forma cómo unos pocos se habían aprovechado de los mismos; e hizo responsables a los militares por haberlo permitido. Por supuesto, a Padilla no le pareció gracioso lo dicho por el padre Iván Betancourt. Tengo la impresión que allí empezó, esa misma noche su muerte violenta en manos de Chinchilla y sus cómplices. Casasola, para tratar de arreglar la confrontación producida, me pidió que interviniera. En el ánimo de ordenar un poco las cosas, lo único que pude agregar es que, estábamos en la obligación como católicos, de asumir que todos, de alguna manera, éramos responsables del desorden establecido y dominado por la injusticia y la inequidad. Padilla no se tragó el cuento. Sin embargo, para demostrar su desagrado, nos invitó a Casasola y a mí a un restaurante drive in de su propiedad que estaba instalado en el otro lado del río Juticalpa, después del puente llamado de la Marimba, por la forma que sonaban las tablas cuando pasaban los vehículos. Allí, Padilla y sus compañeros militares bebieron copiosamente. Casasola y yo, por prudencia nos mantuvimos sobrios, pese a las reiteradas incitaciones castrenses. En algún momento, Padilla me dijo, con usted sí se puede hablar Monchito, en cambio con otros, no hay diálogo posible. Nos despedimos de los militares cerca de las cuatro de la mañana. A Iván nunca más lo volví a ver. Un poco más de un año, los militares –que se la tenían jurada y los ganaderos que lo veían como una amenaza– lo asesinaron en la finca de Los Horcones de Manuel Zelaya, un 25 de junio de 1975. Hace 34 años.

Tegucigalpa, junio 26 de 2009

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