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El montador de Angelópolis


‘Maravilla’, el maestro de los caballos

Patricia, ahora sí me puedo morir tranquilo.

—¿Por qué, Luis Fer?
—Yo la conocí a usted aquí en Bolívar, aquí también gané mi primer campeonato y hoy nuestra hija acaba de ganar el primer campeonato de su vida: amor, eso es la felicidad completa.
Esto y un par de cosas más le dijo Luis Fernando Marín a su esposa, Patricia Escobar, el 10 de julio de 2011. Estaban sentados en el parque central de Ciudad Bolívar, un municipio del suroeste antioqueño. Hablaban de la competencia en la que había participado su hija Estefanía, quien con tan solo 22 años de edad, acababa de ganar el Campeonato en Yeguas de 48 a 60 meses en la Trocha, montando un ejemplar llamado La Obra Maestra de Santa Gertrudis. Luis Fernando estaba anonadado con la presentación de su hija. La abrazó, la cargó, la besó mientras levantaban el trofeo de campeones.
Luis Fernando Marín ganó cuatro campeonatos mundiales y 12 copas americas
Luis Fernando Marín Henao nació en Angelópolis (Antioquia) el 21 de enero de 1965. Su papá, Manuel, y su mamá, Josefa, tuvieron 13 hijos. Luis Fernando fue el séptimo. Cuentan que desde los cinco años ya andaba al lomo de un caballo. Se subía sólo, sin autorización de sus padres pero con el permiso de los caballos, que lo dejaban cabalgar sobre sus lomos y se abrían paso echándose a andar con suavidad por los caminos. A los 14 años, Luis Fernando, estaba en una de las fincas de don Fabio Ochoa. El muchacho se había trepado en un galápago que se encontraba encima de un burro de madera. Entonces, comenzó a imitar la forma de montar y hablar de  don Fabio: “¡Qué maravilla de potro, movelo, movelo! ¡Margot, míralo, míralo, qué maravilla!”, gritaba Luis. Lo qué no sabía era que el viejo Fabio Ochoa, el maestro del mundo equino en Colombia, se encontraba parado detrás suyo, viéndolo hacer sus mofas. Entonces, Ochoa, se echó a reír y pasándose por enojado lo bautizó:
—Muy bonito, de ahora en adelante vos sos una “Maravilla”.
Fabio Ochoa sería uno de sus grades profesores. Luis Fernando lo consideraba la biblia de la vaquería en Colombia. En la escuela equina  del viejo Ochoa, fue un hijo más. Allí trabajaba desde las cuatro de la mañana junto a Juan David, el menor de los hijos de don Fabio. Pero el ganador de ganadores, cuatro veces Campeón del Mundo, ocho veces Gran Campeón de América en el andar de Trote y Galope y cuatro veces Gran Campeón de América en el andar de la Trocha, también le aprendería a otros el arte de montar de a caballo. En 1982, llegó al criadero La Clara, donde aprendió a “quebrar” con las riendas, echando la cabeza del caballo de un lado al otro, para que los equinos aflojaran la cabeza y a la hora de andar la mantuvieran recta. Memorizaba esas técnicas cuando veía al viejo Juan Roberto Vargas “arrendar” caballos con mano dura pero con la sutileza de un cirujano. Después, vendría el aprendizaje en la Hacienda La Loma, en el suroeste antioqueño, donde adquirió el secreto de poner una buena barbadilla y de ejercitar durante 30 minutos a los caballos de trocha antes de salir a la pista. Uno a uno iban quedando los secretos guardados debajo de su sombrero de vaquero tejano.
Tenía truco para arrendar los caballos, como meterlos en una zanja haciendo las veces de torno
Un día de 1986, en la plaza principal de Bolívar (Antioquia), a Luis Fernando se le atravesó una mujer de pelo largo, labios rojos, caderas grandes y dientes perfectos: Patricia Escobar, el amor de su vida. Al verla, el jinete decidió seguirla. Advirtió que era hija del carnicero del pueblo, Alberto Escobar. Desde entonces, por dos meses siguió la misma ceremonia: cada mañana, pasaba por ahí, entraba a la carnicería, se quitaba el sombrero, lo ponía en su pecho, le entregaba una flor a Patricia y le decía: “Muy buenas, bonita”.
Ese mismo año, a los 21 años de edad, y en el mismo pueblo, ‘Maravilla’ ganaría su primer campeonato como montador de caballos. Patricia se encontraba en la tribuna viendo al que sería su esposo recibir el premio Mejor Chalán Don Danilo. Aquel apetecido galardón llevaba ese nombre en honor a un caballo que había marcado la historia de los equinos en los años setenta. Desde entonces, Fernando Marín, ‘Maravilla’, empezaría a marcar la historia de los caballos con decenas de mitos que acabarían por convertirlo en leyenda.
Uno de los primeros mitos que se conocerían de aquel montador de montadores era el de la doma psicológica. Contaban las lenguas mágicas que cuando ‘Maravilla’ llevaba al torno a los caballos –una rotonda donde se obliga a los equinos a dar vueltas en círculo para que aprendan a caminar de izquierda a derecha y de derecha a izquierda–, no utilizaba el lazo largo con el que se guiaba al animal, sino que con la mirada y algunos sonidos guturales les daba órdenes para que los animales giraran. La gente dice que cuando ‘Maravilla’ paraba de girar, el caballo hacía lo mismo. Pero en varias entrevistas el propio ‘Maravilla’ desvirtuaría el mito.
Contaba que creía en algunos puntos de la doma psicológica: como que el animal siente los miedos de quien lo monta, que el animal sabe quien lo quiere y quien nunca lo va a dejar morir,  que un caballo llega a ser como un hijo propio que obedece de su amo, porque a su amo se debe. Que al animal hay que hablarle para que reconozca la voz de su montador y hacerle sonidos especiales para que los entienda como órdenes. Pero para ‘Maravilla’ había algo muy claro y certero: el mejor lenguaje que tienen montador y caballo es el de las riendas. Son éstas las que transmiten el mensaje, como los cables al teléfono. Por eso había que tener arte en las manos y no arte en la boca, decía el montador.
Y aquel arte de saber manejar las riendas se dio por la disciplina diaria que tenía ‘Maravilla’ con los animales. Todos los días desde que empezó su carrera profesional se levantaba a las cuatro de la madrugada, bebía un café negro e iba las pesebreras, en donde se quedaba hasta las seis o siete de la noche. Si tenía tiempo, él mismo los ensillaba, peinaba y bañaba, y les enseñaba a sus aprendices a poner desde el cabezal hasta los amarros. Aprendió todo lo que tenía que ver con el arte equino, desde el cepillado del pelaje hasta cómo aplicar una vacuna. Decía que había que saber todo para poder exigir de todo.
—Si un herrero hace mal su trabajo, uno debe tener la capacidad de quitar las herraduras y volverlas a poner bien. Todo para que, el que lo hizo mal, aprenda que quien monta es un profesional, decía Maravilla.
Su hija Andrea estudia veterinaria es apasionada por los caballos, ganó su primer campeonato 10 días antes de la muerte de su papá
Un año más tarde, por aquel orden, conducta y talento al montar, lo buscaría el dueño de un ejemplar llamado Candidato de Sociagro. Era un caballo blanco y trotón galopero que habían traído de la Costa Atlántica para que ‘Maravilla’ lo montara y entrenara. Caballo y montador estarían juntos durante seis años, tiempo en el que ganarían todos los campeonatos a los que asistieron. ‘Maravilla’ lo sacaría Gran Campeón y Gran Campeón Reservado. Una de las mejores competencias que se han visto en el mundo equino la hizo montando a Candidato. El caballo llegó a la final con otro gran ejemplar, Barquero. Estaban tan parejos los dos animales que los jueces los pusieron a andar en la pista durante 40 minutos. Como no se decidían, dos jueces tuvieron que montarlos. Al final dieron como ganador a Candidato con una sentencia Maravilla nunca recordaría siempre: “Candidato es el campeón por la suavidad de su boca y facilidad de conducción”.

Comentarios

Francisco M Velásquez A ha dicho que…
Duele conocer la trágica noticia de la muerte de Luis Fernando Marín, gran caballista, hijo del municipio de Angelópolis. esta población ha tenido como tradición la formación de jinetes, contando en la actualidad con excelentes chalanes y criadores de caballos de paso. Suroeste envía un sincero pésame al alcalde de dicha municipalidad, Elkin Marín y a su familia.

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